viernes, 28 de septiembre de 2012

Partidarios - de - la - sociedad - cerrada - y - la - sociedad - abierta - en - la - antigua - Grecia (Karl - Popper, - “La - sociedad - abierta - y - sus - enemigos)


Escribe Juan Carlos Duré Bañuelos
Abogado y Estudiante de la Maestría en Ciencias Sociales

La nueva fe en la sociedad abierta – su única fe posible: el Humanismo – comenzaba, sí, a imponerse, pero no se hallaba todavía claramente formulada. Por entonces no se alcanzaba a vislumbrar gran cosa, fuera de las guerras de clase, el miedo de los demócratas a la reacción oligárquica, y la amenaza de nuevos conatos revolucionarios.

    Karl Popper. Foto de google image

La reacción contra estos movimientos (democráticos) tenía, por consiguiente, mucho de su parte: la tradición, la defensa de las viejas virtudes y la antigua religión. Del lema de este movimiento (de reacción): “De nuevo al estado de nuestros abuelos”; o bien: “De nuevo al antiguo estado paterno” – deriva la palabra “patriota”. Casi no vale la pena insistir en que las creencias populares entre aquellos que defendían este movimiento “patriótico” fueron groseramente desfiguradas por los mismos oligarcas que no vacilaron en entregarle su propia ciudad al enemigo, con la esperanza de ganarse su ayuda contra los demócratas. El propósito fundamental de este movimiento era detener la evolución social y luchar contra el imperialismo universalista de la democracia ateniense y contra los instrumentos y símbolos de su poder: la armada, las murallas y el comercio.

Aunque el movimiento “patriótico” fue, en parte, expresión del anhelo de retornar a formas de vida más estables, a la religión, a la decencia, al imperio de la ley y el orden, llevaba en sí la mayor corrupción moral. Se había perdido la antigua fe y en su lugar campeaba ahora una explotación hipócrita y casi diríamos cínica, de los sentimientos religiosos.
Pero en esta época, en la misma a que pertenecía la generación de Tucídides, surgió una nueva fe en la razón, en la libertad y en la hermandad de todos los hombres, la nueva fe y, a mi entender, la única fe posible: LA DE LA SOCIEDAD ABIERTA.

Creo que no sería injusto denominar a esa generación que señala un punto culminante en la historia de la humanidad, LA GRAN GENERACIÓN: es la generación que brilló en Atenas un poco antes y durante la guerra del Peloponeso. Entre ellos, hubo grandes conservadores como Sófocles o Tucídides. Los hubo también de ideología intermedia, representativa del período de transición: unos vacilantes, como Eurípides, otros escépticos, como Aristófanes. Pero también vio esa generación al gran rector de la democracia, a Pericles, que formuló los principios de la igualdad ante la ley y del individualismo político, y a Heródoto, bienvenido y saludado por la ciudad de Pericles, como autor de una obra que glorificaba estos principios. A Protágoras, natural de Abdera, que adquirió notable influencia en Atenas, y su compatriota, Demócrito. Estos sostuvieron la teoría de que las instituciones humanas del lenguaje, la costumbre y el derecho no son tabúes sino productos del hombre, no naturales sino convencionales, insistiendo, al mismo tiempo, en que somos responsables de las mismas. Vio, asimismo, la escuela de Gorgias – Alcidamas, Licofrón y Antístenes – que desarrolló los conceptos fundamentales contra la esclavitud, en favor del proteccionismo racional y en contra del nacionalismo, por ejemplo, el credo del imperio universal de los hombres. Y vio, por fin, quizá al mayor de todos, a Sócrates, que enseñó a tener fe en la razón humana pero, al mismo tiempo, a prevenirse del dogmatismo: a mantenernos apartados de la misología, la desconfianza en la teoría y en la razón, y de la actitud mágica de aquellos que hacen un ídolo de la sabiduría; y que enseño, en suma, que el espíritu de la ciencia es: LA CRÍTICA.  

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