domingo, 10 de junio de 2012

APUNTES SOBRE LA CIVILIZACIÓN QUE VE DON MARIO



MVargasLlosa
Mario Vargas Llosa (Foto de La Salle)
Una de las principales distinciones de la civilización de final del siglo XX tal vez sea su ánimo consumista, propiciada por una etapa de prosperidad económica que fortaleció las clases medias a nivel mundial. Se debe resaltar entonces el proceso de globalización de los años 90, que a partir de una suma de factores políticos y económicos, ha propiciado un mercado único en lo que se ha llamado una “aldea global”[1]. Este proceso es caracterizado por el hecho de que las empresas y los capitales, superando todas las fronteras y las barreras tradicionales, se trasladan allí donde más les conviene, donde las condiciones para invertir y trabajar se presentan más ventajosas y donde exista la mayor posibilidad de obtener beneficios.[2] La revolución informática y los avances tecnológicos se suman a este paisaje postmoderno, totalizando el marco económico mundial que utilizamos como punto de partida para reconocer a los ciudadanos del tercer milenio.

Todo lo nuevo influyó en el individuo así como en la sociedad. La cultura occidental encontró mayor apertura a nivel moral y el ocio hoy es sobrevalorado por la industria del entretenimiento, que utiliza la publicidad como el bisturí capcioso capaz de moldear los hábitos de consumo masivo.

Si consignamos que sólo puede consumirse lo que se produce, se tiende a consolidar la relación oferta-demanda en lo que puede llamarse el mercado de la cultura, evidenciándose además una dependencia entre las personas dedicadas a vender el “producto artesanal” y quienes elegirán consumirlo. Considerando que estos términos parecen aplicarse más bien a asuntos económicos o de mercadotecnia, tenemos la primera prueba de mercantilización de las creaciones culturales. Consideremos entonces al arte en su sentido más amplio, desde las novelas best seller hasta los ligerísimos programas televisivos que gobiernan los ránkings.

Según el adelanto del último libro de Mario Vargas Llosa, la llamada civilización del espectáculo de nuestros días se nutre de tres situaciones consagradas en occidente, en naciones asiáticas emergentes y algunas del llamado Tercer Mundo: la banalización de la cultura, la frivolidad generalizada y el periodismo irresponsable. A su vez destaca que la democratización de la cultura, con el afán de llegar al mayor número de personas posible, ha priorizado la cantidad antes que la calidad, redactando una cómoda receta para elaborar contenidos superficiales que son imitados y empeorados en cada nueva edición. Se tiene entonces una cultura nivelada que no motiva el menor análisis, una horizontalidad que tal vez sólo deje entrever algunos matices para distinguir alguna que otra disciplina o autor. 

El autor peruano consigna: La literatura light, como el cine light y el arte light, da la impresión cómoda al lector, y al espectador, de ser culto, revolucionario, moderno, y de estar a la vanguardia, con el mínimo esfuerzo intelectual. De este modo, esa cultura que se pretende avanzada y rupturista, en verdad propaga el conformismo a través de sus manifestaciones peores: la complacencia y la autosatisfacción. He aquí la desvirtuación del interés cultural. Ocupar la mente con creaciones conceptuales de nula o escasa trascendencia, pero con un eficaz bálsamo de satisfacción, parece ser el paradigma actual. 

Vargas asevera que la crítica ha desaparecido dejando un vacío ocupado por la publicidad. A mi entender el oficio del crítico no dejó de existir, sino que se ha relativizado, disminuyendo su influencia notablemente pero aún con cierta posesión de la palabra en menesteres culturales (aún desde un país como el nuestro, con escaso oficio crítico, puedo manifestar esto). Harold Bloom dice que la labor del crítico consiste en explicitar lo implícito en una obra, y por esta misma razón creo pertinente la observación constante de estas personas con sólida formación sobre cada nueva aventura cultural, para darle el nombre o las estrellas que se merece al nuevo mamarracho del que todos hablan o a la sublime obra que aunque pocos entiendan, encontró un lugar digno en el mundo. Por otro lado es imposible soslayar la omnipresencia mercantilista de la publicidad. Dice: La publicidad ejerce una influencia decisiva en los gustos, la sensibilidad, la imaginación y las costumbres y de este modo la función que antes tenían, en este campo, los sistemas filosóficos, las creencias  religiosas, las ideologías y doctrinas y aquellos mentores que en Francia se conocía como los mandarines de una época, hoy la cumplen los anónimos “creativos” de las agencias publicitarias. La publicidad determina tendencias hasta el punto de hacer creer en falsas necesidades, siempre he cuestionado que si en realidad necesito adquirir un producto ¿preciso de una lumbrosa gigantografía invasiva para saberlo? Por otro lado, no creo pertinente las comillas en la palabra creativos, pues en realidad lo son. Sus creaciones serán chatas, pasajeras y superficiales, pero es otro el objetivo que tienen y no la reflexión sobre el alma humana. Es que ha nacido un nuevo oficio: el del publicista, que algún conocimiento social deberá poseer para crear la nueva imagen encaminada a vender el producto. Esto sin citar las técnicas que deben dominar, que aún dependientes totalmente de softwares informáticos, deben acercarse a la perfección mediante la destreza humana.

Una cuestión compleja e inagotable radica en la función social de los intelectuales. Vargas Llosa denuncia la ausencia de éstos en los debates públicos propiciada por la propia sociedad que los reduce, lo que hace imposible que cumplan su compromiso cívico con la sociedad. Pero este es un tema que escapa del fenómeno que da título al nuevo libro del peruano, debatible en varios contextos. Con todo, Vargas resalta las causas del empequeñecimiento y volatilización del intelectual: el descrédito en el que han caído ante su comulgación con regímenes autoritarios, la ínfima vigencia del pensamiento y el empobrecimiento de las ideas como fuerza motora en la vida cultural.


Continúa el autor enumerando las notables desvirtuaciones que caracterizan a esta civilización en ámbitos tan variados como el cine o la política, en este caso en que la imagen de un candidato a cargo público tiene mayor destaque que sus ideas o proyectos. En cuanto a la emancipación sexual, le atribuye la vulgarización del sexo que acabó con el erotismo. Tal vez la principal caracterización que puede hacerse a la civilización del espectáculo es su frivolidad, por lo cual transcribo el gráfico concepto que el autor formaliza en su texto: La frivolidad consiste en tener una tabla de valores invertida o desequilibrada en la que la forma importa más que el contenido, la apariencia más que la esencia y en la que el gesto y el desplante –la representación- hacen a veces de sentimientos e ideas. No existe el mínimo ánimo de duda para afirmar que nuestro país padece este síntoma, donde la imagen, preparada o no, es la que gobierna los sentidos desde el primer contacto visual. De esta manera, nuestros compatriotas encuentran la manera de ejercitar con regularidad el ánimo del prejuicio. 

Ante lo desarrollado hasta aquí, cabe resaltar al actor que con determinante función ha  influido en la civilización del espectáculo: el periodismo.  En otros tiempo el lector común sabía distinguir entre una prensa ecuánime y otra amarillista, hoy la frontera entre ellas se presenta borrosa. Es que las prioridades han sido trastocadas a partir del simple ánimo de los ejecutivos de los medios que desean vender más. Vargas dice: Las noticias pasan a ser importantes o secundarias sobre todo, y a veces exclusivamente, no por su significación económica, política, cultural y social como por su carácter novedoso, sorprendente, insólito, escandaloso y espectacular. Estos últimos son los caracteres que darán rentabilidad al producto y satisfacción al morbo del consumidor, por lo que se decide adoptarlo en desmedro del oficio periodístico. Y a propósito del oficio, es pertinente recordar uno de los puntos del decálogo del periodista de Camilo José Cela que dice: Decir la verdad, anteponiéndola a cualquier otra consideración y recuerde siempre que la mentira no es noticia y, aunque por tal fuese tomada, no es rentable.Ante la situación que analizamos, este mandamiento resulta anacrónico pues como nos dice Vargas Llosa, si la prensa no tiene esa información ligera, amena, superficial y entretenida, ella misma la fabrica, es decir que vende.

En el paulatino proceso de transformación de la información en elemento de diversión o entretenimiento, se abre la posibilidad de dotar de cierta legitimidad a todo aquello que en otros tiempos era considerado casquivano o vulgar, propio de una prensa marginal sin mayor interés que el de lucrar. El chisme es el fenómeno que se retroalimenta, criticado por quienes lo consumen y propalado o hasta a veces inventado en perjuicio de terceros, que comúnmente son figuras públicas. La privacidad está herida de muerte.

A grandes rasgos, se han destacado los rasgos de la cultura predominante de la llamada civilización del espectáculo, en cuanto a consumo: lo trascendental relegado ante lo histriónico ensalzado. Nuestro país, aún con su escasa o nula representación cultural ante el mundo, es objeto del mismo mal que se revela endémico y ante la situación nos resta coincidir con el autor que nos ocupa en que el panorama se presenta poco alentador. La manera de revertir el desarrollo de esta civilización sin criterios no la encontraremos en los elementos que contribuyeron a formarla sino en el hombre mismo, en el individuo y su interacción social. Y así,  mirando la historia con sus distintos periodos pareciera ser que los habitantes de este mundo siempre han sido víctimas de sus propias creaciones. Las “olas de cambio” de Toffler siguen su ritmo cíclico, desde la creación de Gutenberg hasta la revolución informática de nuestros días. A propósito, a manera de un trazo a través de los siglos, cito a Octavio Paz para fijar el mojón de la apertura al conocimiento en la humanidad: ...en realidad no fue la imprenta la liberadora sino la burguesía, que se sirvió de esta invención para romper el monopolio del saber sagrado y divulgar el pensamiento crítico. No son las técnicas sino la conjugación de hombres e instrumentos lo que cambia a una sociedad.[3] Se evidencia entonces el activo papel del hombre o su grupo social, y justamente encontramos el punto de llegada de la liberación de medios en la actualidad de nuestros días, casi como una antítesis directa, con unas recientes declaraciones del Papa Benedicto XVI: Rico de medios, pero no de otros tantos fines, el hombre de nuestro tiempo vive muchas veces condicionado por el reduccionismo y el relativismo, que conducen a perder el significado de las cosas. Casi deslumbrado por la eficacia técnica, (el hombre) relega a la irrelevancia la dimensión trascendental. Dice también que de esta manera el pensamiento se debilita y cobra terreno un empobrecimiento ético, que nubla los valores.[4] El ciudadano del tercer milenio se nos presenta ahora con nitidez: son millones y millones de cabezas consumistas que con instinto de ganado forman la muchedumbre satisfecha con poco esfuerzo. Sólo nos queda entonces seguir en reflexión, continuar la labor educacional y apelar a las excepciones que se resisten en sucumbir ante la generalidad, hasta la próxima revolución.









[1] Aunque primariamente esta expresión ideada por Marshall McLuhan, se refería a la inmediatez de los medios de electrónicos de comunicación, hoy el término unifica el sentido de la globalización en general.

[2] SALVADORI, Massimo. Breve historia del siglo XX. Alianza editorial. Madrid. 2005. Pág. 184.

[3] Citado en BOGADO Rolón, Oscar. Las circunstancias de la raíz. Ed. del autor. Asunción. 2007. Pág. 66.

[4]http://www.abc.com.py/edicion-impresa/internacionales/lo-tecnicamente-posible-no-siempre-es-bueno-moralmente-397188.html

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