Abogado y estudiante de la maestría en Sociología
El inicio del tercer milenio dinamizó la palabra postmodernidad hasta dotarla de una sensación de movimiento constante. En esta larga locomotora en que los últimos e incómodos vagones son los rezagados países en vías de desarrollo, cada pasajero percibe de manera directa o indirecta los cambios culturales como el clima imprevisible que ejerce su influencia sobre nuestro viaje.
En la transición de la modernidad a la postmodernidad los comunes elementos de histórico desarrollo, como las transiciones políticas y el cambio generacional, han generado varias interrogantes sobre la función social de los intelectuales a nivel mundial. Hoy, a cincuenta años de las manifestaciones de Sartre y Camus sobre este tema, encontramos la distinción del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, consistente en dos tipos de intelectuales: los legisladores y los intérpretes, quienes como pertenecientes respectivos a los dos periodos citados, son casi símbolos de su época. De ellos, Eduardo Fidanza nos dice: Los primeros hacen afirmaciones de autoridad que arbitran y resuelven controversias; sus dictámenes son considerados correctos y vinculantes, y se legitiman por un conocimiento superior, universalmente aceptado. Los intérpretes ejecutan, en cambio, una traducción de enunciados entre tradiciones distintas. Así, se adentran en lo diferente tratando de descifrarlo. Practican la hermenéutica antes que la autoridad. En sentido político encontramos al primer personaje inserto en un mundo duro y belicoso, con gran carga de autoritarismo, mientras que el intérprete pertenece a un época menos rigurosa y con mayor desarrollo democrático, lo que posibilita la aparición de situaciones y hasta fenómenos dignos de ser interpretados. Uno de ellos sería la tecnología y su influencia en la comunicación de las personas, que adosa complejidad a la vida del ciudadano común.
La labor de estos dos intelectuales caratulados se debate entre la teoría y la realidad, lo ideal y lo concreto, el “deber ser” y el ser verdadero, pero sin encontrar un vínculo práctico entre estos dos campos de acción. Si asumimos que un intelectual es cualquier persona con cierta formación académica que ejerce una función laboral a partir de su intelecto, podemos decir que los medios de comunicación se sustentan en ellos.
Sin embargo lo que nos dice Fidanza es que la función intelectual no acompaña el vértigo de los tiempos, y para revertir la situación sugiere que este oficio debe esforzarse por entender en lugar de dictaminar. Penetrar en lo distinto y lo nuevo en vez de invalidarlo. Estudiar, sin prejuicio, las condiciones y tendencias que despuntan. No aferrarse a las afirmaciones genéricas, si impiden el discernimiento de lo particular. Admitir las racionalidades diversas, las creencias extrañas, las ceremonias y los ritos ajenos. Es decir, se debe acompañar los cambios culturales y tener la capacidad de reconocer nuevos paradigmas.
Enfocando la cuestión en nuestra realidad cabe preguntarse: ¿es la prensa paraguaya legisladora o intérprete?.
Tomando como paradigma la prensa escrita encontramos una gran plataforma donde surgen manifestaciones de todo tipo: crónicas, editoriales, columnas de opinión, investigación y hasta páginas de humor que resaltan de manera tragicómica situaciones de la realidad nacional. A mi entender en estas modalidades periodísticas se desarrollan en paralelo las dos distinciones baumanianas, e inclusive en algunos casos se fusionan en una sola manifestación, en un solo “intelectual” que sigue una corriente ubicando sus ideas en la interpretación de costumbres y hechos sociales y las normas que las gobiernan. Esto en gran medida puede encontrar su causa en el descrédito de conocimientos y valores de aspiración universal, propio de los tiempos en que vivimos.
Por otro lado, considerando los programas televisivos sin incluir los noticieros, se reconoce un prototipo de programas de entretenimiento frívolos que se esfuerzan en interpretar los gustos y preferencias de los televidentes con el sencillo objetivo de ofrecer el producto que deseen (sin importar su calidad ni contenido) para venderlo y gobernar el ráting que propiciará un buen flujo publicitario traducible en ganancias monetarias. No existe intervención intelectual alguna en este caso, simplemente se trata de una común situación propia del paso de una economía de producción hacia una economía del consumo.
En cuanto a los noticieros no puede afirmarse que practiquen un análisis propositivo suficiente para calificarlos de intérpretes. Se limitan a comunicar hechos, informar con ánimo fanfárrico y tendencia amarillista sin mucha técnica pero con capacidad de impresionar a la teleaudiencia. Entiendo que también existen programas de entrevistas a actores públicos donde se debaten ideas y se profundizan los temas que ocupan, pero ignoro sus características en detalle como para emitir un juicio sobre ellos.
Encuentro la clasificación de Bauman sumamente válida como punto de partida para valorizar el oficio intelectual, cuestionar su vigencia y realizar una llamada de atención que permita fortalecer y sobre todo dar utilidad al vínculo entre lo ideal y lo real. Estos dos estadios deben relacionarse íntimamente para un conocimiento cabal de una sociedad encaminada a su progreso. Al final, parafraseando a Barrett, concluyo que un intelectual completo será aquel que además de la capacidad de su intelecto también tenga sentimientos.